Doble sostén al estar en persecución (Sal. 119:24)
También tus testimonios son mi deleite;
Ellos son mis consejeros (Sal. 119:24).
El salmista acaba de testificar sobre las terribles circunstancias a las que se enfrentó: “Príncipes” o gobernantes, gente con poder sobre él humanamente hablando, se “sentaron y hablaron contra” él (119:23), conduciéndole al “oprobio y el desprecio” (119:22). Las palabras hostiles, que proceden especialmente de nuestros superiores (ya sean autoridades civiles, empleados, maestros, padres, etc.), pueden desmoralizarnos y causarnos confusión con respecto a cuál sería nuestra mejor respuesta. Incluso el que es inocente puede sentir una falsa vergüenza, como si hubiera hecho algo terrible, y esto puede provocar un profundo y gran dolor espiritual, sobre todo a aquellos que son más sensibles espiritualmente. Además, saber lo que debemos hacer frente a tales enemigos es mucho más complicado que cuando estamos viviendo cómodamente, en medio de personas piadosas que buscan nuestros mejores intereses. ¿Cómo puede escapar el creyente a esos peligros comunes de ser perseguidos?
Quizás el único medio más importante de gracia es la meditación sobre la Palabra de Dios, es decir, las Escrituras. “Aunque los príncipes se sienten y hablen contra mí, tu siervo medita en tus estatutos”. (119:23). La gramática hebrea conecta estrechamente este versículo con el siguiente y esto implica que en 119:24 el salmista explica en detalle dos aspectos de cómo le ayudó esta meditación bíblica. Menciona un apoyo doble en respuesta a los dos problemas anteriores, es decir: la depresión y la confusión.
En el peor de los tiempos, meditar sobre la Palabra de Dios
imparte al creyente gozo y, a la vez, dirección.
DELEITES DEL PERSEGUIDO
Un peligro principal de la persecución y el sufrimiento es la tendencia a desmoralizar incluso a los mejores cristianos. En otros lugares, el salmista testifica acerca de su temor a que el Señor se haya apartado de él; que los enemigos del pueblo de Dios siguen con su opresión y parecen salir impunes; y que su propia miseria de oprimido parece seguir para siempre sin vislumbrar ninguna luz al final del túnel. A menudo, los cristianos sufren por los sentimientos agobiantes de frustración, porque las cosas parecen estar completamente al revés de cómo cabría esperar al estar bajo el dominio de un gobernador todopoderoso y justo de la creación.
A esto hay que añadir el hecho de que los creyentes verdaderos no están libres de pecado o por encima de la posibilidad de empeorar las cosas a causa de verdaderos errores de juicio. Aquellos que se esfuerzan por mantener una conciencia libre de ofensa se quedan pensando de manera introspectiva si no habrán merecido mucho de lo que han sufrido por mucho que se hayan comportado honorablemente durante el conflicto.
¡Entre en la Palabra de Dios! En las Escrituras todas estas miserias tienen remedio. El Señor nuestro Dios ha prometido una y otra vez, de manera enfática, que ¡nunca, NUNCA abandonará a Su pueblo amado y perseguido! Incluso cuando parece que Dios está lejos, el verdadero cristiano puede ser reconfortado por las promesas escritas de Dios las cuales, tan cierto como que Él vive, cumplirá.
La Palabra de Dios también nos asegura que el florecimiento de los malvados solo es temporal, y que irá seguido por un castigo justo y severo. Los enemigos de la iglesia no son inmediatamente aniquilados por el juicio de Dios porque Él es misericordioso y paciente. Algunos de ellos son Sus elegidos a quienes Él pretende salvar al final (por ej. Saulo de Tarso). Se permite que los réprobos sigan adelante para que puedan amontonar más culpa y más ira sobre sus cabezas, de manera que la retribución gloriosa de Dios pueda magnificarse en el día de su sentencia y su consiguiente ejecución. Ambos tipos de perseguidores, los elegidos y los réprobos, son sin darse cuenta instrumentos en las manos de Dios para promover la salvación final y la santificación de la iglesia probada sobre la tierra. Por medio de las persecuciones los hipócritas dentro de la iglesia se desaniman y se van, dejándola con una composición más pura formada por creyentes sinceros. Las persecuciones también funcionan convirtiendo a los creyentes sinceros en personas más serias, con una mente celestial, dependiendo más de Dios solamente en vez de en los apoyos terrenales y con más ansiosos de recibir el descanso celestial perfecto.
Las Escrituras proporcionan gozo a los creyentes que meditan sobre ellas porque a menudo les recuerdan que los sufrimientos del tiempo presente son temporales y no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada. Usted puede soportar cualquier cosa si sabe que no durará mucho tiempo. Una especial fortaleza viene al saber que la recompensa será mucho, mucho mayor que la prueba. Cuando desatendemos nuestras Biblias y nos limitamos a considerar las circunstancias, éstas pueden parecer interminables. Probablemente, la mayoría tiene tendencia a sentirse como si las cosas nunca fuesen a cambiar, pero no hay nada más cierto en la experiencia humana que el cambio; ¡y para los verdaderos cristianos el cambio es para mejor! ¡Aleluya, gloria a Jehová!
La meditación sobre la Palabra de Dios es suficiente para levantar a los perseguidos de las profundidades de la depresión y llevarlos a las alturas del gozo espiritual, incluso durante la liberación del problema.
CONSEJERO DE LOS PERSEGUIDOS
Un segundo problema común al que los cristianos confusos tienen que enfrentarse es saber qué hacer. El pecado humano oscurece la voluntad de Dios. La alta ética es lo más complejo en la guerra. Oposición por parte de nuestros superiores que ejercen una enorme presión sobre nosotros para hacernos transigir en detrimento de la verdad y la justicia. Incluso hombres muy piadosos han llegado a cometer grandes errores bajo presión que los observadores externos ven como evidentes faltas.
Mi alma lloró esta semana cuando leí acerca de la vida de Thomas Cranmer, el primer arzobispo reformado de Canterbury (1489-1556). Algunos historiadores le han juzgado como una persona sin principios que transigía y parecía cambiar de política, en distintos tiempos de su vida, dependiendo de quién se sentaba en el trono inglés. Pero el propio Cranmer iba viniendo a una luz cada vez más clara, y mucho antes de morir su objetivo era reformar la Iglesia de Inglaterra y apartarla de la teología y la práctica del romanismo, y llevarla hacia los principios1 evangélicos y bíblicos.
Después de la muerte del rey Enrique VIII que originalmente designó a Cranmer, y posteriormente el rey protestante Eduardo VI, no había heredero varón para el trono. Se hicieron apresurados preparativos para que Lady Jane Grey fuese nombrada Reina de Inglaterra, pero su reinado solo duró nueve días a causa de un sangriento golpe llevado a cabo por la Reina María I, de profundas simpatías católico-romanas. Quemó a cientos de protestantes en la hoguera en un loco intento de romanizar a la iglesia anglicana. Mediante el lavado de cerebro y la tortura coaccionó a Cranmer, encarcelado en la Torre de Londres, para que firmara declaraciones de retractación de sus creencias protestantes y confirmara su lealtad al papa de Roma. Habiéndose asegurado de esto, le sentenció a él también a morir en la hoguera en Broad Street en Oxford donde sus colegas, los obispos Latimer y Ridley ya habían pagado el precio máximo por su fe. Cranmer fue llevado a la horca y se le dio una última oportunidad de confesar sus “pecados”, pero Dios le dio una fuerza sorprendente para testificar del verdadero evangelio. Allí se retractó de sus retractaciones (¡!) y anunció que primero pondría su mano derecha en el fuego por haber pecado firmando las declaraciones hechas bajo presión. Entre sus últimas palabras tenemos estas:
En cuanto al papa, le rechazo como enemigo de Cristo y anticristo, con toda su doctrina falsa…2
Cranmer murió en las llamas, orando: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Obviamente la profunda familiaridad de Cranmer con las Escrituras fue la que le guió a su valiente martirio bajo el reinado asesino de su reina católico-romana.
Bajo tales presiones, todos debemos recurrir a la meditación de las Escrituras, si somos capaces de discernir la voluntad de Dios. “Tus testimonios son […] mis consejeros”, literalmente “hombre de mi consejo” (Heb.). Los textos bíblicos se convierten en algo parecido a consejeros reunidos alrededor de los que están perplejos, hablando con el sonido único y armonioso de la sabiduría divina para dirigir sus pasos. Hay que reconocer que usa a las personas piadosas para aconsejarnos, pero en el análisis final debemos recordar esas verdades expresadas por Charles Bridges:
Una dependencia indebida de los consejos humanos, de los vivos o de los muertos, estorban grandemente a la influencia total del consejo de la Palabra. Por muy valioso que pueda ser ese consejo, y por mucho que se acerque a la Palabra de Dios, no debemos olvidar que no es la Palabra, que es infalible. Por consiguiente, no debemos nunca recurrir a ello en primer lugar, ni seguirlo con esa plena confianza que debemos poner en la revelación de Dios.3
Un conocimiento práctico conocimiento básico del consejo bíblico y una apreciación del deleite en las Escrituras, solo llegan a nosotros por medio de una larga meditación sobre las mismas con oración y disciplina, durante un tiempo extenso. Una vez hecho esto, nos daremos cuenta que cuando las persecuciones aumentan nosotros también podremos decir, con toda sinceridad, con el salmista “También tus testimonios son mi deleite; ellos son mis consejeros”. Amén.
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