La perspectiva correcta en cuanto a los no creyentes (Sal. 119:21)
Tú reprendes a los soberbios, los malditos,
que se desvían de tus mandamientos (Sal. 119:21).
El cristiano fiel debe tener siempre en mente el verdadero carácter de los que, desde el punto de vista de Dios, son sus enemigos espirituales para poder mantener una oposición justa y vigilante contra ellos y sus principios. Nos enfrentamos a la tentación constante de la frustración porque parecen escapar con sus fechorías y esto puede convertirse en envidia porque parecen incluso más felices y más bendecidos por haber hecho el mal. Sin ejercitar constantemente la fe y sin que nos recuerden el verdadero estado espiritual de las cosas, podemos rendirnos fácilmente a la fuerza de tales axiomas como “haz lo que te haga sentir bien” y “si no puedes con ellos, únete a ellos”. Vea como David se advierte a sí mismo, y a los que le escuchan, contra este tipo de seducción espiritual, por ejemplo en Sal. 37:1-2, 7-9, 16-17, 35-38 y Asaf hace lo mismo en Sal. 73:1-5, 12-13, 16-19, 27-28.
Aquí tenemos al salmista que nos confiesa lo que él sabe acerca de sus enemigos, por fe en Dios, en la oración, Mientras esto reta las suposiciones actuales de muchos cristianos modernos, incluso en una forma que pueden encontrar ofensiva, sabemos que este texto es digno de confianza y refleja el nivel más alto de piedad del alma de un hombre santo.
El texto hebreo consta solo de cinco palabras pero nos recuerda el hedor de los no creyentes que llega a la nariz de Dios.
ELLOS SON LOS ORGULLOSOS
La AV traduce esta palabra como “el orgulloso” (nombre) pero en realidad es un adjetivo. El nombre objeto solo se insinúa, de manera que “los que son orgullosos” es una traducción que se puede justificar, pero no hay una diferencia sustancial con la AV. Otras traducciones eligen el término “insolente” (que muestra una grosera y arrogante falta de respeto) y “arrogante” (un exagerado sentido de la propia importancia de uno mismo). El término específico hebreo tiene el sentido de orgulloso, altanero, es decir, que pertenece a aquellos que son insolentes, tercos y no humildes como defecto moral.
Este texto tiene especialmente en vista el hecho de que estos pecadores sean arrogantes en la presencia de Dios. En vez de reconocer su condición de humano y pecador, a la vez que va reconociendo la soberanía y santidad de Dios, conservan una autoestima demasiado inflada. Son como inmensos globos que no son más que un poquito de nada, listos para explotar. Los no creyentes piensan más en ellos mismos que en el Todopoderoso, y esto es en gran manera ofensivo hacia Dios. Son como en humo en Su nariz, un fuego que arde y le irrita todo el día (Is. 65:5)
¡Es tan importante para la seguridad de su propia alma, que acepte usted esto por fe!
ELLOS SON LOS QUE SE DESVÍAN MORALMENTE
Los no creyentes “se desvían de tus mandamientos.” Ahora bien, estamos dispuestos a admitir que en nosotros “no hay hombre justo en la tierra que haga el bien y nunca peque” (Ec. 7:20). También confesamos que incluso el mejor de los cristianos sigue teniendo muchos pecados y siguen siendo vulnerables y cometen grandes pecados antes de morir. Aún así, por gracia, no se refiere aquí a los que son nacidos de nuevo.
El texto inspirado describe más bien a aquellos cuya forma de vida no es más que desobediencia a Dios y a Su Palabra. Incluso los moralistas caen en esta categoría, porque Dios aborrece una mera conformidad externa sin un corazón de fe y amor. Esta mala evaluación de la propia vida se aplica a todos excepto a los creyentes cristianos sinceros que han dejado ese camino para seguir a Jesús como su Señor.
El estándar perfecto e inflexible de justicia mencionado aquí son los mandamientos de Dios, y este tipo de persona “se desvía” de ellos. El hebreo tiene el sentido de ir perdido o errante. Esta es una metáfora bíblica clásica de encontrarse en una condición de perdición espiritual. Como no creyentes: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino” (Is. 53.6). Judas compara a los apóstatas con “estrellas errantes” otra denominación de planetas (Judas 13), porque en astronomía, los antiguos veían a todas las estrellas moviéndose juntas según un patrón fijo, mientras que los planetas, que al ojo desnudo son muy parecidos a las estrellas, se mueven independientemente, vagando alrededor en una forma menos predecible contra su telón de fondo estrellado.
Este es el carácter espiritual de cada uno que no está comprometido con seguir a Cristo, es decir, los no creyentes. Como tienen un corazón corrupto y actitudes insubordinadas hacia Dios y Su Palabra, su camino suele ser de maldad, aunque pueda parecer externamente que viven de forma moral.
En el Día del Juicio Cristo catalogará a todos los no creyentes como “vosotros, hacedores de maldad” (“vosotros que practicáis la maldad” NKJV), porque esta es la forma en la que Él los ve, y así son ellos realmente. Dios sabe que son las mofetas de este mundo, y saber hace que no podamos admirarlos.
ELLOS SON LOS MALDITOS
Una vez comprobado todo esto, no nos sorprende saber que ellos son literalmente “los que son maldecidos” [se insinúa que por Dios]. La palabra hebrea es un participio plural pasivo. Se refiere a todo los pecadores no redimidos. Han sido maldecidos por Dios y permanecen bajo Su maldición.
La idea de una “maldición” puede traer a nuestra memoria la práctica de las brujas que echaban un maleficio sobre una persona, o un médico brujo vudú clavando agujas en una muñeca e imaginando que algo terrible le ocurrirá al objeto de desprecio. Bíblicamente, la doctrina de una maldición divina es tan cierta como espantosa. Una maldición en este sentido es una declaración de la intención de dañar, lo contrario a una bendición (una declaración de la intención de bendecir). Dios pronunció Su maldición primero sobre la serpiente por haber inducido a Adan y Eva a pecar (Gn. 3:14), luego a nuestros primeros padres y su posteridad (Gn. 3:16-19) y más tarde a Caín por haber matado a Abel (Gn. 4:11). Estar maldito es encontrarse en un estado de propensión a un daño grave o una herida infligida por Dios como justo castigo por los propios pecados. Esta es la terrible condición de todos los no creyentes únicamente, lo crean o no, se den cuenta o no (ver Juan 3:36). Como Jonathan Edwards lo declaró, de una manera inolvidable:
Ahora son objeto de ese mismo enfado e ira de Dios que se expresa en los tormentos del infierno. Y la razón por la que no bajan al infierno a cada momento no es porque Dios, bajo cuyo poder están, no esté tan enfadado con ellos como lo está con muchas criaturas miserables que ahora están siendo atormentadas en el infierno y que sienten allí y soportan la ferocidad de Su ira. ¡Si! Dios está mucho más enfadado con un gran número de ellos que están ahora sobre la tierra. ¡Sí! Sin duda con muchos que ahora están en esta congregación que quizás se siente a gusto más que con los que ahora están en las llamas del infierno. De manera que no es porque Dios esté haciendo caso omiso a la maldad de ellos y no se sienta molesto por ello por lo que no deja caer Su mano y los corta de la tierra. Dios no es tan xxx como ellos, aunque ellos Le imaginen así. La ira de Dios arde contra ellos, su maldición no duerme; el abismo está preparado, el fuego está listo, el horno está caliente, dispuesto para recibirles; las llamas rugen y resplandecen. La espada brillante está afilada y alzada sobre ellos; el abismo ha abierto su boca debajo de ellos (“Pecadores en las manos de un Dios Furioso”)
Amigos, ¿no es esto aterrador más allá de cualquier descripción? ¡Su castigo está tan cerca que el olor apestoso del azufre ya está sobre ellos! ¿Cómo podríamos desear ser como ellos, o estar en su lugar?
DIOS LOS REPRENDE
El versículo que tenemos delante comienza con una palabra hebrea que significa “reprende” a esta gente, es decir, Dios los ha reprendido y los reprende, les echa una reprimenda, les dice que se están equivocando, con convicción o celo, implicando una fuerte desaprobación y una relación tensa (heb. léxico).
Hace unos meses, Saddam Hussein, antiguo dictador de Iraq fue condenado por crímenes capitales ante un tribunal iraquí y sentenciado a morir en la horca. ¡Cuánto desprecio provocó mientras estaba allí sentado oyendo su condena! Muy poco tiempo después se emitió un video de su ahorcamiento real por Internet.
Cuando Hussein ejercía gran poder y disfrutaba de su inmensa riqueza y prestigio en Iraq, antes de su caída, muchos le envidiaban; pero cuando ya no tenía poder y fue reprendido de forma oficial por el estado iraquí nadie quería ser como él, o estar en su lugar.
Los impenitentes son así delante de Dios. Él se siente en Su trono de juicio, reprendiéndoles por sus pecados y anunciando su destino pendiente; no hay escapatoria posible para ellos a menos que Dios les conceda el perdón por Su gracia (cosa que no es segura, ni tampoco es algo que les deba). Verles en este estado lamentable nos fortalecerá nuestra decisión de perseverar como creyentes cristianos ahora, sin importar la persecución a la que pudiéramos tener que enfrentarnos por nuestra postura.
También tenderá a despertar nuestra compasión por ellos, para hacer todo lo que podamos para evitar que perezcan para siempre. Acabo con un poderoso llamamiento de Richard Baxter, aunque expresado de forma pintoresca.
A mi parecer, mientras el espíritu de Pablo “se enardecía dentro de él al contemplar la ciudad llena de ídolos” (Hechos 17:16), de manera que esto debería lanzarnos a uno de sus paroxismos de ver tantos hombres en el máximo peligro de ser eternamente aniquilados. A mi entender, si por fe realmente consideramos que están a un paso del infierno, deberíamos desatar nuestra lengua de manera más eficaz de lo que según cuentan ocurrió con el peligro de Creso y su hijo. Aquel que deje que un pecador vaya al infierno por no haberle hablado, se cuida menos de las almas de lo que hizo el Redentor de almas, y menos de su prójimo de lo que la caridad común le permite hacer con su peor enemigo. Por lo tanto hermanos, sea quien sea la persona a la que descuiden no lo hagan con el más miserable. Si pasa usted algo por alto, que no sean las pobres almas que están bajo la condena y la maldición de la ley, y que pueden estar esperando de un momento a otro la ejecución infernal, de no ser que un cambio veloz lo impida. Dele un grito al impenitente y haga diligentemente esta gran obra de convertir almas, deje lo que deje sin hacer (The Reformed Pastor).
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