Deseo sagrado (Sal. 119:20)
Quebrantada está mi alma
Anhelando tus ordenanzas en todo tiempo (Sal. 119:20).
“Avaricia sagrada” es la impresionante frase que C. H. Spurgeon utilizó en un sermón sobre este versículo (“Holy Longings” [santos anhelos], MTP # 1586), y estaría más justificado que nosotros denomináramos esa misma pasión por nuestro texto inspirado “lujuria sagrada” (Gá. 5:17). Lujuria significa simplemente deseo, pero al tener connotaciones sexuales tan fuertes en el inglés moderno, he elegido “deseo sagrado” como mejor frase descriptiva para este versículo. Puedo captar su atención sin necesidad de ofender su sensibilidad.
Nuestros deseos naturales (esos que forman parte de nuestra constitución humana, ahora caída, y común a todas las personas ya sean convertidas o no) son amorales (como por la comida, bebida, descanso, etc.) o inmorales, desproporcionados para las cosas permitidas o ilícitos para las prohibidas. Porque nuestros pecaminosos deseos naturales nos conducen a cometer hechos inmorales y ofensivos, muchos han caído en la trampa de pensar que el deseo en sí es malo, y es por ese motivo por lo que esa utopía viene por la total eliminación del deseo. Por ejemplo, parece ser que el budismo enseña que el deseo es la fuente de todos los sufrimientos, y Buda es famoso por haber dicho: “Si deseas toda la felicidad, abandona todos los deseos.”1 Este es un consejo funesto que lleva a la muerte (Pr. 14.12) como señala Spurgeon:
[Solo] las cosas muertas no tienen aspiraciones o anhelos. Puede usted ir al cementerio y exhumar todos los cuerpos que quiera, pero no encontrará ni deseo ni anhelo. Los anhelos no permanecen en un cadáver sin vida (ibid.).
No necesitamos que muera el deseo sino su giro y transformación espiritual. De hecho, todo el proceso de la conversión y la santificación progresiva puede describirse en términos de deseo, como observó san Agustín y Spurgeon parafraseó en una valiosísima cita pidiendo un entendimiento más profundo de Salmo 119:20:
Al principio, en el corazón existe una aversión por la Palabra de Dios, y desearla es cuestión de crecimiento. Una vez que se ha quitado esa aversión, a menudo llega la indiferencia al corazón; ya no se opone a la santidad, pero no le importa poseerla o no. Luego, por medio de la gracia divina surge en el alma un sensación de la belleza de la Palabra y la voluntad de Dios, y admiración por la santidad; esto conduce a una medida de deseo por lo bueno, y un cierto grado de apetito por ello. Pero cuando sentimos el ardiente anhelo por ella esto demuestra un considerable crecimiento en gracia, y aún más cuando el alma se quebranta a causa de esos anhelos (ibid).
De este versículo podemos observar tres cosas acerca del deseo sagrado, y ver un poco como aplicar esas verdades de forma práctica.
SU REALIDAD
Este versículo es la verdad sembrada del salmista y su testimonio sincero. Es muy personal y profundo: “mi alma”. Habla de un sentimiento muy grande, apasionado, un “anhelante” y ansioso deseo que se ha hecho dueño de su corazón, y lleva toda su vida y sus actividades diarias en una dirección concreta. La primera frase del versículo se ha interpretado con mucha precisión de esta manera: “mi alma languidece de anhelar” (notas de la Biblia NET). “Languidecer” significa en su sentido arcaico “consumirse de amor o de dolor”. Significa desear algo tanto que duele, y el estado prolongado de anhelo hace que una persona esté “desconsolada”, pero en la esfera espiritual esto es saludable.
Bendita cosa es cuando el alma está tan angustiada de deseo que está a punto de quebrarse, o como cuando hay un recipiente lleno de licor que está fermentando el proceso de fermentación dentro del recipiente amenaza con romper completamente la vasija. El texto representa la agonía de un alma ferviente. Este estado de cosas muestra un considerable avance en la vida divina; pero cuando un creyente tiene esos deseos constantemente,” entonces no está lejos de ser un creyente maduro (ibid).
El salmista da un testimonio similar en otros lugares: “He aquí, anhelo tus preceptos; vivifícame por tu justicia.” (119:40) “Abrí mi boca y suspiré, porque anhelaba tus mandamientos” (119:131). “Anhelo tu salvación, SEÑOR, y tu ley es mi deleite” (119:174). “Anhela mi alma, y aun desea con ansias los atrios del SEÑOR; mi corazón y mi carne cantan con gozo al Dios vivo” (84:2).
Jonathan Edwards recogió en su periódico que muy poco tiempo después de su conversión:
Sentí luego gran satisfacción por mi buen estado; pero no me conformaba con esto. Mi alma anhelaba con vehemencia a Dios y a Cristo, y más santidad con la que mi corazón parecía llenarse y estar a punto de romperse; a menudo venían a mi mente las palabras del salmista, Sal. 119:20: “Quebrantada está mi alma anhelando tus ordenanzas en todo tiempo.” Con frecuencia sentía congoja y lamento en mi corazón por no haberme vuelto antes hacia Dios, para haber podido tener más tiempo de crecer en gracia. Mi mente estaba muy fija en las cosas divinas; casi de continuo en contemplación ante ellas. Pasaba la mayor parte de mi tiempo pensando en las cosas divinas, año tras año; a veces caminaba solo por los bosques y lugares solitarios para la meditación, el soliloquio, la oración y conversar con Dios (“Memoirs” [Memorias]).
La realidad del deseo sagrado nos da mucho que pensar porque las personas que no lo han experimentado nunca pueden dudar de su posibilidad real, pero como estos santos hombres de Dios no son mentirosos su testimonio es creible.
SU CONSTANCIA
El salmista testifica que este deseo sagrado era su experiencia “en todo momento”, “siempre”, (1560 Geneva Bible), “continuamente” (HCSB). Era su experiencia diaria normal; no era algo que sintiera de vez en cuando, o la excepción a la regla de su vida. Seguramente había alguna variación o fluctuación en el grado de su deseo, pero éste era siempre insaciable, profundo, sincero y dominaba su vida.
Por otra parte, incluso los verdaderos creyentes pueden tener una tendencia a ser escépticos en cuanto a que algo así sea posible para santos pecadores en esta vida, pero aquí tenemos la prueba. Hay que reconocer que refleja “un avance considerable en la vida divina,” pero es un progreso que se puede alcanzar antes de irnos al cielo y, por consiguiente, debe buscarse con diligencia hasta encontrarlo y conservarlo una vez adquirido. ¡No pierda usted la esperanza de lograrlo!
SU OBJETIVO
Este constante deseo sagrado iba dirigido a la Palabra de Dios. “Quebrantada está mi alma anhelando tus ordenanzas en todo tiempo.” En este contexto, la palabra juicios (ordenanzas) no se refiere a Su condenación o castigos, sino a Su Palabra porque esta expresa Su valoración de lo correcto y lo erróneo, el bien y el mal. En aquellos días es probable que casi la totalidad del corpus de Escrituras inspiradas fuera solamente el Pentateuco (los primeros cinco libros de Moisés) pero hoy incluye el canon desde Génesis hasta Apocalipsis.
Por otra parte, nada parece más ridículo a los pecadores que ver que alguien tenga una congoja así por escuchar, leer, estudiar y meditar sobre el texto de este Libro y nada es menos ridículo para los comprensivos santos La simple razón de que los verdaderos cristianos tengan un respeto así por la Palabra de Dios es que amamos al Dios de la Palabra. Cualquiera que ame a Dios amará Su Palabra, con el mismo tipo de amor y en la misma medida, porque estamos en contacto con Dios en Su Palabra. Esto no es “bibliolatría”, como si adoráramos la Biblia, sino que es simplemente un reconocimiento hacia las Escrituras como el medio más importante por el cual llegamos a conocer, disfrutar y servir a Dios. Las mismas Escrituras justifican tan alta opinión: “has engrandecido tu palabra conforme a todo tu nombre” (Sal. 138:2)
ANIMOS
Spurgeon concluye su gran sermón con varios puntos de aplicación que utilizaré para esta meditación devocional.
En primer lugar, si ha tenido usted algún tipo de experiencia con respecto a este deseo sagrado, es que Dios está mano a la obra en su alma, y esto puede ser un estímulo para usted. Si usted estuviera todavía en sus pecados no tendría ningún anhelo por la espiritualidad genuina y la comunión con Dios. Esta tierna planta es siempre la evidencia de la gracia divina. Si usted estuviera al cuidado de su corazón éste solo produciría malas hierbas de mundanalidad. Por medio de esto usted puede examinarse a sí mismo y ver si está en la fe; incluso con la más pequeña evidencia verdadera puede llegar a la conclusión de que se encuentra en un estado de gracia salvadora y esto le reconfortará.
En segundo lugar, el resultado de la obra de Dios es muy precioso. El propio deseo le está evitando la indescriptible miseria de la apostasía, le está llevando a buscar un conocimiento más profundo de las Escrituras, y una relación más íntima con Cristo. Además, esta buena obra que Dios ha comenzado en usted está destinada a ser concluida, porque el propósito soberano de Dios no puede fallar (Is. 46:9-11; Fil. 1:6; 3:21). Recuerde también que la oración es la expresión de este deseo sagrado y, a la vez, un medio para su paradójico aumento simultáneo y gratificación.
En tercer lugar, si usted debe confesar que carece totalmente de este deseo sagrado, entonces vaya sin demora a Jesús y pídaselo, tal como esté, en su inercia espiritual.
¿No es su insensibilidad su peor pecado? Un niño insensible es el más odioso de los seres. Usted puede sentir compasión y perdonarle muchas cosas, pero no la insensibilidad. “Usted es el hombre” ¡Usted es el niño insensible! Deje de sentir compasión por usted mismo y aprenda solo a condenar. No le de cuartel al pecado. No lo trate como si fuera una desgracia, sino como culpabilidad sin mezcla. Puede llamarlo enfermedad, pero recuerde que es un pecado inexcusable. Es un gran pecado omnipresente añadido a los demás que usted tiene y que son innumerables. Esto debería conducirle solo a Cristo. Como si fuese un leproso incurable debe usted ir a Él en busca de cura (Horatius Bonar, “God’s Way of Peace”).
¡Que Dios nos conceda a todos una medida siempre en aumento de este don que aviva el deseo sagrado! Amén.
Notas:
1. http://www.beliefnet.com/boards/message_list.asp?discussionID=551767
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