Vida genuinamente abundante (Sal. 119:17)
Haz bien a tu siervo; que viva,
Y guarde tu palabra (Sal. 119:17).
La frase “vida abundante” es corriente en el pop-cristianismo; por ejemplo “Centro de Familia Vida Abundante” como nombre para una iglesia o “Ministerios de Vida Abundante” para una organización relacionada con la iglesia. Todos queremos una “vida abundante” de un tipo u otro, de manera que etiquetas como esas van dirigidas a un marketing efectivo. Además, Jesús dijo “yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10), pero… ¿qué quería decir exactamente? He ahí la cuestión.
El evangelio promete muchos beneficios a todo aquel que crea, pero la salud física (2 Ti. 4:20), la riqueza terrenal (2 Co. 8:1), comodidad material (Lucas 12:19-20), un buen trabajo (Mt. 8:20), un matrimonio con éxito (1 Co. 7:15), buenos hijos (Mt. 10:34-35), y estar libre de conflictos (Mt. 10:22) ahora mismo no se encuentran entre ellos (1 Co. 4:11-13; cf. Ro. 8:16-18). Dios concede a las personas (incluso a los no creyentes) algunas de esas bendiciones ahora; incluso en el cielo solo se concederán algunas de ellas, pero son todas bastante secundarias a la vida genuinamente abundante.
En Juan 10:10 Jesús se refiere a algo muy distinto cuando dice “vida abundante”, es decir, la vida eterna (la comunión con Dios) que comienza aquí y que solo se realiza por completo en el cielo. Su declaración “es una forma proverbial de insistir en que no hay más que una forma de recibir la vida eterna… una única fuente de conocimiento de Dios, un solo manantial de alimento espiritual, solo una base para la seguridad espiritual — solamente Jesús.” 1 Desafortunadamente solo los que ya son creyentes reclaman esa bendición espiritual. De los demás sabemos que “no hay quien busque a Dios” (Ro. 3:11).
Exhibir la vida eterna como la mayor bendición del evangelio no construirá nunca una mega iglesia, ni lanzará un ministerio en televisión por satélite universal, a menos que Dios obre por gracia en las multitudes. De hecho, hasta nosotros nos hemos visto influenciados por esa falsa mentalidad de “salud y riqueza”. ¿Qué es lo que usted más desea de Dios? ¿Cuál es la dinámica de las oraciones que hace para usted mismo? Si las bendiciones espirituales no son su obsesión número uno, tiene que ajustar su pensamiento al nivel bíblico.
Nuestro texto principal es una oración para recibir bendición y una explicación de por qué se desea. Es un frasco de medicamento espiritual recetado que debe ser abierto, desplegado y ofrecido a todos los que nos oigan para que podamos ser curados de lo que más nos aflige, lo que produce muerte en nuestras almas — el pecado.
La vida abundante viene por medio de la oración para recibir santidad personal
MEDIOS ESPIRITUALES: ORACIÓN A DIOS
El que eleva la petición a Dios se llama a sí mismo “tu siervo”, es decir que se trata de una persona humildemente orientada hacia la fe en su Señor y la sumisión ante Él. Nadie puede orar correctamente de otra forma. El Señor dice “el que aparta su oído para no oír la ley, su oración también es abominable” (Pr. 28:9). Dios nos advierte, “si no quieres escucharme, tampoco yo te oiré.” David no está reivindicando su propio mérito personal como razón por la cual debería ser escuchado (cf. 119:124), sino que espera una respuesta en base a la forma en la que Dios ha actuado anteriormente con él (cf. 1219:65). Dios había cambiado ya a David, por gracia, y le había convertido de pecador a santo, y de un hombre egoísta a un siervo; pero todavía no era lo que debía ser. Tenía todas las razones de esperar confiadamente que su Maestro se complaciera en escuchar y conceder una petición semejante. Esta misma dinámica aparece en la oración del Señor, porque ¿cómo podría alguien hacer la tercera petición reverentemente a menos que tenga un ferviente deseo de que la voluntad de Dios se haga en la tierra como en el cielo? Muchos que oran son rebeldes contra Dios, meros hipócritas, y sus oraciones valen menos que nada.
El verbo “hacer bien” tiene el sentido de conceder favores de manera generosa y abundante. El salmista lo utiliza como testimonio de bendiciones anteriores, por las que estaba comprometido a “cantar al SEÑOR” (Sal. 13.6). Ahora le pide a su Señor que le de las mayores bendiciones que uno pueda recibir de Dios.
Este es el atrevimiento de la fe. Algunos se acercan a Dios temerosos de pedir demasiado, como si pensaran que sus oraciones puedan molestarle, o que Él es tacaño. Esas oraciones tibias en realidad Le deshonran. Si oráramos más como Jabes: “¡Oh, si me dieras bendición,” etc. deberíamos saber más acerca de Su abundancia: “y le otorgó Dios lo que pidió” (1 Cr. 4:10). John Newton entendió bien este principio: Estás acercándote a un rey/Trae grandes peticiones/Porque Su gracia y poder son tales/Que nadie puede pedir nunca demasiado.” 2 Sus peticiones de gracia espiritual nunca podrán sobrepasar la capacidad y la propensión de Dios de darle Su gracia como respuesta. En realidad, ¡Le encanta que se Le pidan esas cosas!
FIN ESPIRITUAL: LA OBEDIENCIA A DIOS
La precisa versión autorizada traduce la segunda parte de este versículo como un doble fin para la petición de la primera parte: “que viva y guarde tu palabra.” Es natural comprender que lo que está pidiendo es la prolongación de la vida física sobre la tierra con el propósito de obedecer la voluntad de Dios revelada en las Escrituras. Esta es una interpretación antigua estándar. Matthew Henry escribió, por ejemplo:
Lo que se nos enseña aquí es, 1. Que debemos nuestra vida a la misericordia de Dios… 2. Que por ese motivo debemos dedicar nuestra vida al servicio de Dios. La vida es, por consiguiente, una misericordia por elección porque es una oportunidad de obedecer a Dios en este mundo, donde hay tan pocos que Le glorifiquen; esto era lo que David tenía a la vista: “No que pueda vivir y ser más rico, vivir y ser feliz, sino que viva y guarde tu palabra; que pueda cumplirla yo y transmitirla a los que vengan después, cosa que haré mejor cuanto más viva.” 3
Este es el “fin principal del hombre”, la completa razón por la que Dios nos hizo en primer lugar, para glorificarle y disfrutar de Él para siempre (WSC 1). Como cabría esperar de un teólogo tan capaz y un erudito exegético, Calvino se pone elocuente sobre este punto:
El profeta pide, como favor principal, que mientras viva pueda dedicarse por completo a Dios; y está totalmente persuadido de que el gran motivo de su existencia consiste en ejercitarse a Su servicio, una meta que decide perseguir firmemente. Por esta razón estas dos clausulas están vinculadas, que pueda vivir y guardar tu palabra. “No deseo ningún otro tipo de vida que no sea la de ser un verdadero siervo fiel aprobado para Dios.” Todos desean que Dios les conceda la prolongación de su vida; un deseo al que aspira ardientemente el mundo entero, y aún así apenas hay uno entre cien que reflexione sobre el propósito para el que debería vivir. Abstenernos de apreciar tales propensiones irracionales es lo que el profeta describe aquí como meta principal de nuestra existencia.4
Esta es la vida genuinamente abundante en el más alto sentido bíblico de la frase. ¡No acepte falsos sustitutos!” Jesús vino al mundo para morir por pecadores elegidos para que puedan ser liberados de la inercia de la auto idolatría y tener una vida plena, importante, llena de sentido a Su bendito servicio. “Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Co. 5:15).
¿Realmente desea usted esto desde lo más profundo de su corazón? Si es así, no hay mejor evidencia de que lo conseguirá. La oración de David es adecuada para usted y para todos los creyentes. Hagamos de ella nuestra sincera petición delante de nuestro Señor y Rey. A través de la oración insistente de vivir más tiempo en este mundo para poder obedecer los mandamientos de Dios de una forma más plena y coherente, usted recibirá más y más vida abundante. “Haz bien a tu siervo; que viva, y guarde tu palabra.” Amén.
Notes:
1. D. A. Carson, comentario in loc.
2. “Come, My Soul,Thy Suit Prepare [Ven, alma mía, prepara tu vestido]” TH #531
3. Matthew Henry, comentario in loc.
4. John Calvin, comentario in loc.
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