Sobre la iluminación divina (Sal. 119:18)
Abre mis ojos, para que vea las maravillas de tu ley (Sal. 119:18).
Algunas oraciones bíblicas son tan intemporales y generales que los santos las adoptan y se las ofrecen al Señor a lo largo de sus vidas. Así es nuestro texto en este próximo versículo del Salmo 119 que nos enseña a…
Orar a Dios pidiendo más luz de las Escrituras
UNA PETICIÓN DE ILUMINACIÓN DIVINA
“Abre mis ojos”. Esta es una petición simple y profunda a la vez.
Su sentido espiritual: El salmista usa obviamente un lenguaje figurativo ya que posee la vista física y poder ver literalmente el texto de las Escrituras no era su problema. Asimismo era un hombre inteligente, capaz de leer y comprender el significado básico de las frases. Las Escrituras no tenían la forma de algún tipo de jeroglífico ininteligible que tuviera que ser descifrado solo por aquellos que poseían un conocimiento esotérico. No; esto era una súplica elevada directamente a Dios, a quien el salmista se había estado dirigiendo en el contexto inmediato de este versículo, para que “abriese” (heb. lit. destapar como cuando el párpado está levantado y uno puede ver) sus “ojos”, su comprensión y apreciación del verdadero significado y aplicación de la Palabra de Dios en las Escrituras.
Su cándida confesión: Las Escrituras están abiertas, declarando llanamente muchas cosas para su salvación y edificación, pero por naturaleza sus ojos no estaban abiertos. Algunas veces el concepto de iluminación divina se malinterpreta, como si pidiéramos que Dios echara luz sobre Su Palabra para que podamos ver lo que dice; es como si, en sentido figurado, una persona tuviera una Biblia en su regazo en una habitación oscura y necesitara un punto de luz o una lámpara para verla. Esto es totalmente erróneo. La propia Palabra es una luz brillante que irradia la gloria de Dios desde sus páginas, pero por culpa de nuestro pecado somos naturalmente insensibles a ella. El hombre que no es convertido está completamente ciego en el sentido espiritual, e incluso las almas regeneradas, con nuestro pecado que permanece, sufre de un grado de ceguera espiritual residual. Vencer esa ceguera, en ambos casos, no es algo que nosotros mismos podamos efectuar por un acto de voluntad, ni de ninguna otra forma. A menos que el Señor nos de su gracia, seguiremos estando completamente ciegos a Su Palabra o teniendo relativamente poca luz por muchos sermones que oigamos, por muchos libros de teología que leamos, o muchos debates que tomemos en consideración con el fin de lograr la bendición de la iluminación divina.
Confieso la deuda que tengo con Jonathan Edwards sobre este tema. Él recibió una nueva percepción tremenda como se reflejó en sus sermones: “Una luz divina y sobrenatural, impartida inmediatamente al alma por el Espíritu de Dios, manifestada para ser una doctrina bíblica y racional” (predicado en 1734). En ella describe esta iluminación divina de manera positiva como
Un verdadero sentido de la divina excelencia de las cosas reveladas en la palabra de Dios, y una convicción de la verdad y realidad que de ellas surge. Esta luz espiritual consiste principalmente en la primera de éstas, es decir, un sentido real y una comprensión de la divina excelencia de las cosas reveladas en la palabra de Dios. Una convicción espiritual y salvadora de la verdad y la realidad de estas cosas surge de una visión así de su divina excelencia y gloria; de esta forma esta convicción de su verdad es un efecto y la natural consecuencia de esta visión de su divina gloria.
Y Edwards predicó también:
Hay una gloria divina y superlativa en estas cosas; una excelencia que es de un tipo mucho más alta y una naturaleza más sublime que en otras cosas; una gloria que los distingue grandemente de todo lo que es terrenal y temporal. Aquel que es espiritualmente iluminado lo comprende verdaderamente y lo ve, o tiene esa sensación. No se limita a creer de manera meramente racional que Dios es glorioso, sino que tiene idea en su corazón de lo glorioso que Él es. No solo hay una creencia racional de que Dios es santo y que esa santidad es algo bueno, sino que hay un sentido de la belleza de la santidad de Dios. No solo hay un juicio especulativo de la gracia de Dios, sino una sensación de cuán amable [digno de amor] es Dios a causa de la belleza de este atributo divino.
No solo los pecadores que están bajo la ira de Dios necesitan una iluminación así, sino también los santos para su crecimiento en gracia. Así como la concesión de la iluminación divina a los no creyentes les insta, por el Espíritu, a buscar a Cristo y la vida eterna, la experiencia vigorizante de una mayor luz espiritual apremia al creyente a perseguir más enérgicamente la comunión con Dios y a avanzar en una genuina santidad personal. Por consiguiente, la iluminación divina es una bendición que todos deben desear y buscar.
Su optimismo lleno de esperanza: El salmista ora como un creyente con una medida de confianza de que mientras ora pidiendo la bendición de la iluminación divina, ésta llegará hasta él por la gracia abundante de Dios. Esto lo deducimos por el propio hecho de que hace la petición; si no tuviera esperanza de recibir una respuesta habría pensado que no merecía la pena orar. La propia existencia de un corazón que hace, sincera y fervorosamente, su petición a Dios de iluminación divina demuestra que Él ya ha comenzado a concederla y proporcionará la que falta hasta que la bendición se imparta por completo.
Esto motiva grandemente a todos los creyentes para que busquen la divina iluminación mediante la oración, y a mantener la confianza en la gracia de Dios que se manifestará en Su generosa respuesta (cf. Stg. 1:5-7).
LA EXPERIENCIA DE LA ILUMINACIÓN DIVINA
“Para que vea las maravillas de tu ley”. La palabra hebrea para “mirar” puede tener el significado de observar algo. “Tu ley” es un lenguaje convencional para las Escrituras. “Las maravillas” (“cosas que maravillan, que son extraordinarias”, NOAD), en el hebreo tiene un sentido más técnico y teológico, es decir
Tanto el verbo como el sustantivo se refieren, de forma preponderante, a los hechos de Dios y designan prodigios cósmicos o logros históricos en beneficio de Israel. Es decir, en la Biblia la raíz se refiere a las cosas que son inusuales, más allá de las capacidades humanas. Como tal, provoca el asombro del hombre… La función de las maravillas de Dios es finalmente hacer que la misericordia esté a disposición del receptor o del que ora y no solo para hacer una demostración de poder (TWOT 1768).
El despliegue más estupendo de la gracia y el poder de Dios en las Escrituras tanto del AT como del NT es la persona y la obra de Cristo, es decir el Salvador y el evangelio. Por encima de todo, pues, entendemos esta petición como una súplica para la habilidad espiritual de contemplar con estupor al redentor y su redención como revela la Palabra de Dios.
El propio testimonio de Edwards de la iluminación divina se recoge en sus memorias. En el pasaje siguiente relata los primeros movimientos de su alma como cristiano recién nacido, aunque fue serio y religioso en cierto modo desde su juventud.
El primer ejemplo que yo recuerdo de ese tipo de deleite interno y dulce en Dios y las cosas divinas en el que he vivido mucho desde entonces, fue al leer estas palabras en 1 Ti. 1:17: Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén. A medida que fui leyendo las palabras fueron entrando en mi alma y fue como si se esparciera por toda ella una sensación de la gloria del Divino Ser; un nuevo sentido, muy diferente a todo lo que yo había experimentado hasta entonces. Nunca unas palabras de las Escrituras me parecieron como aquellas. Pensé para mis adentros que Ser tan excelente era Él y qué feliz sería yo si pudiera disfrutar de ese Dios, y ser arrebatado al cielo con Él; ¡que fuera como si Él me absorbiera para siempre! Seguí pronunciando como si estuviera cantando esas palabras de las Escrituras para mis adentros; y seguí orando pidiéndole a Dios que yo pudiera disfrutar de Él, y oré de una forma muy distinta a como solía hacerlo, con un nuevo tipo de sentimiento. Pero nunca pensé que hubiese algo espiritual o de naturaleza salvadora en ello.
En este segundo pasaje Edwards testifica de otras experiencias de iluminación divina como alguien que ya es un verdadero creyente.
Después de esto mi sentido de las cosas divinas fue aumentando progresivamente y fue cada vez más vivo y con más dulzura interna… En esos y otros momentos tenía el mayor deleite en las Santas Escrituras que en cualquier otro libro. Muchas veces al leer la Biblia cada palabra parecía tocar mi corazón. Sentía una armonía entre algo dentro de mi corazón y aquellas dulces y poderosas palabras. A menudo me parecía ver tanta luz en cada frase, y me comunicaba tanto alimento refrescante que no podía seguir leyendo; a veces me demoraba largo tiempo en una frase para ver las maravillas contenidas en ella; y aún así casi cada frase parecía estar llena de prodigios [recuerde “maravillas”].
En este tercer extracto empecé a tener un nuevo tipo de comprensión e ideas acerca de Cristo, la obra de redención, y el glorioso camino de la salvación por medio de Él. Un dulce significado interior de estas cosas venía a veces a mi corazón y mi alma era conducida a agradables visiones y contemplaciones de ellas. Mi mente estaba muy comprometida con la dedicación de mi tiempo a leer y meditar sobre Cristo, sobre la belleza y excelencia de Su persona y el hermoso camino de salvación gratuito por Su gracia.
Por supuesto, los verdaderos santos no experimentan estas cosas exactamente de la misma manera, y pocos pueden expresarlo como Edwards. Sin embargo, ¿no es esta, en cierto modo, la conocida realidad espiritual interior de todos los cristianos sinceros, cuyo crecimiento deberíamos pedir al Señor con fervor mediante oraciones perseverantes? No conozco una petición más celestial o concisa que la de nuestro texto: “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley.” Que cada uno de nosotros eleve su propia súplica personal y roguemos por esto juntos para esta congregación, y para nuestros hermanos en todas partes.
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