La súplica de un forastero (Sal. 119:19)
Peregrino soy en la tierra, no encubras de mí tus mandamientos (Sal. 119:19).
Para bien o para mal, la imagen de usted mismo afecta a sus oraciones, si ora, y por lo que ora. Los que confían en ellos mismos (es decir, los idólatras) nunca le piden a Dios algo sinceramente o con fervor. Un hombre codicioso se preocupa acerca del futuro y ora para evitar la pobreza. Un hipocondríaco pide mayormente salud. Uno que se ve como un gran pecador por naturaleza ruega constantemente pidiendo perdón y limpieza. El que se siente justo en su propia opinión da gracias por no ser malvado como los demás.
Por esta razón su vida de oración es un buen indicador de cómo piensa usted realmente de sí mismo, y de qué es lo que usted valora más. Un auto examen sincero siguiendo el estándar de la Biblia a este respecto puede ser inquietante. Cuando nos miramos en el espejo de la Palabra de Dios podemos ver una humillante fealdad de alma, y entonces nos enfrentamos a muchas tentaciones. Si descubrimos que en realidad descuidamos la oración o que esta nuestras oraciones son defectuosas una reacción a esto podría ser encontrar buenas oraciones espirituales en un libro y empezar a estudiarlas ofreciéndolas en vez de aquellas que solo expresan los deseos de su propio corazón. Dios me libre de desanimar el uso con discernimiento de tales libros, pero esto sería tratar los síntomas en lugar de encontrar una cura. Los que descuidan totalmente la oración son prácticamente ateos y deben nacer de nuevo, junto con los que solo oran por cosas terrenales y temporales, pero incluso los que somos salvos necesitamos una reforma en nuestras oraciones defectuosas. Una gran ayuda a este respecto es captar una imagen propia en la Biblia. Saber quienes somos en realidad delante de Dios constituirá un buen punto de partida para hacer dignas oraciones inspiradoras. Entonces le pediremos a Dios las cosas correctas desde nuestro corazón.
En este versículo el salmista confiesa lo que es por gracia y, partiendo de ahí, lo que necesita.
UNA VERDADERA IDENTIDAD DE CRISTIANO
La palabra hebrea (ger) traducida como “forastero” tiene el sentido de residente temporal (alguien que vive en un lugar solo por un tiempo), un residente extranjero, o un extraño. En las Escrituras se usa a menudo literalmente (p. ej. cuando habla de Abraham en Canaán antes de que su simiente la heredada, Gn. 23:4; de Moisés en Madián, que llamó Ger-shom a su hijo teniendo esto en mente, Éx. 2:22; de los judíos en Egipto, y más tarde, de los gentiles en Israel, Éx. 23:9). Por definición, un forastero reside temporalmente en otro sitio mientras está lejos de su tierra natal (Lv. 19:33).
Por consiguiente, uno debe esperar que cuando Dios constituyó finalmente a los judíos como nación, diferente a todas las demás les dio su propio territorio entre el Mar Mediterráneo y el Rio Jordán, ya no volverían a ser extranjeros y su permanencia temporal llegaría a su fin; pero aquellos que eran piadosos tenían mejor criterio. El israelita con discernimiento que escribió el Salmo 119 confesó en esta oración que era un “forastero en la tierra”, es decir, que no consideraba que este mundo fuese su patria verdadera, por mucho que estuviera tranquilamente instalado en la tierra de Israel. Un estudiante meticuloso de las Escrituras observará que los creyentes del AT siempre aspiraban a algo que era mucho más que cualquier herencia terrenal. Abraham, por ejemplo, comenzó su vida como idólatra en Ur de los Caldeos, cuando Dios le llamó y le pidió que dejara la casa de su padre y su patria para ir a un lugar que Él le enseñaría: una “tierra prometida.” Así es que se puso en marcha y empezó su viaje por fe y llegó a Canaán en tiempos en los que esta tierra pertenecía a otros. El NT explica la perspectiva de Abraham en estas palabras:
Por la fe Abraham, al ser llamado, obedeció, saliendo para un lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra de la promesa como en tierra extraña, viviendo en tiendas como Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa, porque esperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. (Heb. 11:8-10)
Por supuesto esa ciudad es el cielo, no es la Jerusalén terrenal. En otras palabras, Abraham tenía una cierta apreciación de que la tierra prometida aquí solo era un símbolo de la celestial, el objeto máximo de la esperanza de su mente espiritual. Su corazón estaba fundamentado en Dios y Cristo le fue prometido en las profecías evangélicas que ya había recibido.
Esta ha sido siempre la perspectiva de todo el pueblo de Dios, como explica Heb. 11 de una forma tan clara.
Todos [¡aplastante generalización] éstos [los santos ] murieron en fe, sin haber recibido las promesas, pero habiéndolas visto y aceptado con gusto desde lejos, confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que dicen tales cosas, claramente dan a entender que buscan una patria propia. Y si en verdad hubieran estado pensando en aquella patria de donde salieron, habrían tenido oportunidad de volver. Pero en realidad anhelan una patria mejor, es decir, celestial. Por lo cual, Dios no se avergüenza de ser llamado Dios de ellos, pues les ha preparado una ciudad (Heb. 11:13-16).
Aquí, el NT no está “espiritualizando” el AT, sino reconociendo la realidad de aquellos días, como admite abiertamente el rey David en el apogeo de su monarquía:
Porque somos forasteros y peregrinos delante de ti, como lo fueron todos nuestros padres; como una sombra son nuestros días sobre la tierra, y no hay esperanz(1 Cr. 29:15).
El NT no hace más que profundizar y enfatizar esta disposición mental hacia los pasajes cristianos como Fil. 3:20 y 1 P. 2:11, este último utiliza la misma palabra griega que encontramos en Sal. 119:19 versión LXX.
Aún a riesgo de parecer sensiblero, transcribo aquí unas cuantas líneas de una canción góspel antigua que capta ese espíritu:
Este mundo no es mi hogar, solo estoy de paso. / Mis tesoros están guardados en algún lugar más allá del cielo azul. / Los ángeles me hacen señas desde la puerta abierta del Cielo / Y yo ya no puedo sentirme en mi hogar en este mundo.
Digo esto completamente en serio. Si nuestras oraciones son defectuosas esto se debe, en gran parte, a la pérdida de esta actitud mental de peregrino espiritual. Hemos clavado las estacas de nuestra tienda con demasiada profundidad en la tierra de esta era actual y no tenemos ni mucho menos una mente suficientemente celestial.
Esta mundanalidad es peligrosa para el alma de cada uno que profesa ser cristiano. Jesús lo advirtió en la parábola del sembrador mediante el ejemplo del oyente que es como el terreno espinoso que no llevó fruto espiritual por “las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida” (Lucas 8:14; en Marcos 4:19: “las preocupaciones del mundo, y el engaño de las riquezas, y los deseos de las demás cosas”) Eso condena quizás a la mayoría de los “cristianos” americanos modernos que no disfrutan profundamente de las cosas espirituales, y que se distraen con los mismos afanes que ocupaban a los moralistas que no profesan en absoluto el cristianismo. Su conducta deja claro que consideran que este mundo y esta vida es su hogar, su amada morada.
¿Realmente tenemos la misma imagen propia que el Salmista: “forastero soy yo en la tierra?” Si es así y en la medida que la tengamos, su petición será también la nuestra.
UNA FERVIENTE SÚPLICA CRISTIANA
“No encubras de mí tus mandamientos.” Un comentario dice:
La petición de que Dios no esconda Sus mandamientos del salmista parece extraña (Manual USB).
Esto no aprecia que, en realidad, Dios sí esconde Sus mandamientos y lo que en verdad significan de infinidad de personas de este mundo. De hecho, esa misma posibilidad es lo que preocupa grandemente al reverente salmista.
La revelación divina de la verdad objetiva verbal de Dios y la iluminación divina de la mente y el corazón de la persona para comprender y apreciarla de una forma salvadora son, ambas, asombrosas misericordias que Dios le da a los que Él elige y a nadie más.
Amós 3:7 sugiere que la verdadera palabra profética es una revelación divina, de otro modo desconocida para los hombres, y el objeto razonable de la fe implícita. Aquellos que carecen de una revelación divina semejante o de la sabiduría espiritual para percibirla están sujetos a que el Señor la esconda de ellos.
Esta dinámica pertenece al conocimiento salvador, como ilustra la bendición que recibió Pedro al confesar que Jesús es el Cristo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.” (Mt. 16:17). Jesús afirmó que esto es verdad para todos los que conocen la verdad del evangelio para salvación (Mt. 11:25-27).
No hay lugar a duda de que el salmista era un hombre salvo, un verdadero cristiano y sin embargo suplica a Dios que no esconda de él Sus mandamientos. Este es el reconocimiento de un santo de que depende completamente de la gracia soberana de Dios no solo para la conversión, sino para santificación o crecimiento en santidad, es decir, comunión permanente con Dios y una esperanza celestial que viene por medio de la palabra del Señor y Él nos ayuda a entender y aplicar esa Palabra (Juan 17:17).
Vea pues cómo alguien que se consideraba un forastero espiritual levanta su súplica para pedir el don de un mayor conocimiento continuo de los mandamientos de Dios. Así los explica Matthew Henry:
Soy un peregrino, y por eso necesito un guía, un guardián, un compañero, alguien que me conforte; haz que yo tenga siempre Tus mandamientos en mente, porque ellos serán todo esto para mí, todo lo que un pobre extranjero pueda desear. Soy un forastero aquí, y pronto me tendré que ir; por lo tanto, permíteme estar preparado por medio de Tus mandamientos para la partida.
¡Hermanos! Asegurémonos de tener derecho al mismo testimonio, y a medida que lo sintamos profundamente podremos hacer esta súplica ferviente de forma más fácil y más fiel. Amén.
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