El eco de la fe (Sal. 119:13)
Con mis labios he contado
todos los juicios de tu boca (Sal. 119:13).
Un eco realmente bueno puede ser una experiencia inolvidable. Los mejores duran mucho y tienen una alta fidelidad. El fenómeno físico implica que usted envía ondas de sonido, típicamente una palabra o frase, y éstas vuelvan de nuevo a usted. Los ecos necesitan un entorno adecuado; las condiciones apropiadas para producir el efecto deseado son inusuales, como en una cueva o en un estadio vacío. Generalmente nuestras voces se suelen perder sin ningún retorno.
Usted ha oído también un eco figurado. He aquí un ejemplo: recuerdo a uno de mis anteriores pastores que siempre citaba a su gran mentor, el Dr. Bob Jones Senior, fundador del BJU. Tanto en su conversación diaria, como desde el púlpito, mi pastor solía comenzar con “como el Dr. Bob solía decir…” y a renglón seguido afirmaba alegremente el sabio aforismo. Sentado en la congregación de este pastor durante muchos años, oí y aprendí muchos de ellos:
La mayor habilidad es la confiabilidad.
Usted y Dios constituyen una mayoría.
La prueba del carácter es lo que se necesita para frenarle a usted.
Puede pedir frenos prestados, pero no le pueden prestar el carácter.
No sacrifique lo permanente sobre el altar de lo inmediato.
Nunca puede ser correcto hacer lo malo con el fin de obtener una oportunidad de hacer lo bueno.
Si le entrega su corazón a Dios, Él peinará todos los enredos de su cabeza.
Confíe en Dios como si todo dependiera de Él, y trabaje como si todo dependiera de usted.
Le guste o no, tendrá que vivir en algún lugar para siempre; por lo tanto, aprenda cómo vivir.
Las religiones del mundo dicen: “Haga y viva.”
La religión de la Biblia dice: “Viva y haga.”
Estos dichos se hicieron famosos bajo en nombre de sus “dichos de capilla”. Al revisarlos me di cuenta de que aunque algunos se han convertido en parte de mi, he olvidado su fuente. Mi anterior pastor honraba a su mentor, mostrando gran amor y aprecio al hacerse eco de sus propias palabras y transmitirlas a otros. Para mi era como sentarme a los pies del mismísimo Dr. Bob aunque nunca le conocí personalmente.
Esto ilustra, a nivel humano, el concepto del Sal. 119:13 en cuanto a la relación del salmista con Dios y Su Palabra. La forma “pareada” de este versículo es menos obvia que la mayoría de los demás en el Sal. 119; pero, observarlo con meditación profundiza la perspectiva y la presentación anterior lo destaca. Dios ha hablado primero acerca de todo y, de forma figurada, Su Palabra es el eco para Su pueblo.
Los creyentes recitan la Palabra de Dios a los demás
LA FUENTE DIVINA
Dios habla exactamente de la misma manera real y verdadera que el hombre. El salmista utiliza un “antropomorfismo” para hacer que esto se comprenda cuando habla de la “boca” de Dios. Es cierto que Dios es, en cuanto a Su esencia “un espíritu totalmente puro, invisible, sin cuerpo, sin facetas o pasiones” (1689 LBCF II. 1). Dios no tiene una boca en sentido literal. Sin embargo, no debemos pensar que tiene menos capacidades que Sus criaturas (vea Hechos 17:29)”El que hizo el oído, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá?” (Sal. 94:9), y El que hizo nuestra boca, ¿no hablará? Una de las verdades más básicas acerca de Dios es “que Él está ahí y no está callado” (título del libro de Francis Schaeffer). El salmista expresa una firme confianza en la existencia de Dios y en Su actividad verbal.
Los “juicios” de Dios son Sus declaraciones autoritarias, refiriéndose aquí a las Santas Escrituras. Como ocurre en la mayoría de los versículos del Salmo 119, la Palabra escrita de Dios está en perspectiva, y el término particular que se utiliza aquí enfatiza la verdad y justicia de lo que Dios dice en la Biblia.
Observe también el énfasis en cuanto a que la Palabra de Dios abarca autoridad, verdad y justicia. El salmista cree y admira “todos los dichos de tu boca”. Una fe viva cree todo lo que Dios dice solo porque Él lo dice, por la confianza depositada en Dios. Este conocimiento de que Él es infinitamente santo, verdadero y sabio, respalda nuestra fe implícita en Él. De la misma manera, al darnos cuenta de nuestra limitación humana y nuestro prejuicio natural en contra de la verdad, y porque nuestras lujurias pecaminosas nos llevan una y otra vez a desconfiar de nuestros propios juicios — especialmente cuando están en conflicto con lo que Dios dice en Su Palabra. Aquellos que no creen en algunas partes de las Escrituras porque les parecen falsas o injustas solo demuestran que están confiando en algo o alguien distinto a Dios, y esto es idolatría. Generalmente, el faso dios adorado por los escépticos de la Biblia es su propio yo, y eso no es más que orgullo pecaminoso.
EL ECO CREYENTE
Aunque el lenguaje corporal de este versículo con respecto a Dios es figurativo, para el salmista era bastante literal. “Con mis labios” indica que estaba acostumbrado a decir esas cosas en voz alta. Además, la elección del verbo hebreo tiene la connotación de hablar para comunicar el mensaje a otra persona. La raíz de esta palabra es sorprendentemente matemática, con la noción de contar algo (p. Ej. Gn. 32:12). En la forma en la que lo encontramos aquí, aporta una idea “iterativa” (que implica repetición” — relatar, recitar, repetir, etc. Así pues, el salmista está testificando de su costumbre de repetir, delante de otros, las mismas cosas que Dios dice en las Escrituras. La fe convierte al cristiano en algo parecido a la antigua caja de resonancia que se ponía detrás del púlpito puritano y que hacía rebotar la voz del predicador hacia la congregación, con gran fidelidad con respecto al original.
El corazón del incrédulo es como material que absorbe el sonido. Dios habla y Su Palabra no tiene eco en la persona malvada. Lo triste es que si alguna vez repiten algo de ella lo distorsionan por medio de omisiones manifiestas (no “todos los juicios de la boca de Dios”); o por medio de una doctrina abiertamente falsa (que contradice partes de la verdad de Dios); o al menos por una vida hipócrita (haciendo que Su verdad sea odiosa para los demás cuando la asocian con aquel que la profesa y sin embargo su vida es impía).
Todos los creyentes deberían tener el mismo testimonio del Sal. 119:13, y crecer en este virtuoso acto de adoración. Tenemos una obligación moral de ser el eco de la verdad que hay en las Palabras de Dios, para los demás. Hay que reconocer que son relativamente pocos los llamados a ponerse en pie y predicar desde un púlpito dentro de la iglesia, o incluso en las calles (Sal. 40:9-10; cf. 1689 LBCF XXVI. II). Sin embargo, cada creyente debería, al menos, repetir la palabra de Dios en la familia (Dt. 6:4-7; 11:18-19) y en las situaciones informales (Mal. 3:16). El puritano Thomas Manson aplicaba la verdad a ambas, y con sus palabras edificantes concluimos (editado):
[Este texto hace que nos sintamos avergonzados por nuestra inutilidad relativa] en nuestras relaciones, por no hacer ningún bien declarando los juicios de la boca de Dios, los unos a los otros. Está claro que cada relación es un talento, y que usted tendrá que dar cuenta de él, si no hace que rinda para el uso de su señor. El marido debe conversar con su esposa como hombre de sabiduría, 1 P. 3:7; y la mujer debe estar sujeta a su marido, 1 P. 3:2; y ambos deben cuidarse de los hijos y de los siervos. Los miembros de cada familia deberían ayudarse unos a otros en el camino al cielo. La familia idólatra lleva su curso y su camino con ajetreada diligencia. Vea Jer. 7:18 “Los hijos recogen la leña, los padres encienden el fuego,” etc. dice el Señor. Todos están manos a la obra, metiéndose prisa y animándose unos a otros. Padres, hijos, maridos, esposas, todos encuentran una tarea o algo que hacer para su servicio de idolatría. ¡Ojalá cada uno de ellos fuese tan dispuesto, celoso y atento en la obra de Dios! ¡Ojalá pusiésemos el mismo empeño en entrenar a nuestras familias y ponerlas a trabajar en el camino de la piedad! Los cristianos deberían razonar de la siguiente manera: ¿Qué honor me concede Dios al hacerme padre y cabeza de una familia? Cada uno de estos tiene almas a su cargo, y deberá ser responsable de ellas. [Este texto hace que nos sintamos avergonzados también por nuestra inutilidad relativa] en nuestras conversaciones. ¡Qué poco nos edificamos unos a otros! Si Cristo nos hiciera a nosotros la pregunta que le hizo a los dos discípulos que iban a Emaús: Lucas 24:17, “¿qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis?” ¡Cuantos motivos tendríamos para ruborizarnos y avergonzarnos! Generalmente, nuestra conversación suele ser (1) profana y pecaminosa; con mucha palabra corrompida de la que el apóstol prohíbe (Ef. 4:29). Esta indica un corazón corrompido. (2) A veces, es vana y ociosa como los chismes. El apóstol manda a Timoteo, en 1 Ti. 4:7 que “deseche las fábulas profanas y de viejas”, o “vanos cumplidos” porque deberemos rendir cuentas por las palabras ociosas, Mat. 12:36. (3) Otras veces hablamos de los temas o de los errores de otros, como refiere el apóstol en 1 Ti. 5:13, que iban de casa en casa. No se trataba solamente de personas ociosas, sino chismosas y entremetidas que hablaban lo que no debían: Lv. 19:16, “No andarás chismeando entre tu pueblo.” (4) A menudo nuestro discurso trata completamente acerca de los asuntos mundanos; ni una sola palabra de Dios. “El que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla,” Juan 3:31. (5) Muchas veces son riñas vanas; si hablamos de cualquier cosa que tenga algo que ver con algún aspecto de la religión, lo convertimos en una mera disputa de opiniones; no utilizamos las conversaciones como ayuda al afecto cordial.Amado hermano, deberíamos ser el tipo de persona que repite a los demás las expresiones de las Escrituras, en contextos evangelísticos, del discipulado de la familia. Asimismo, en la conversación informal de cada día tanto con otros creyentes como con aquellos que no lo son, según sea el caso, de la misma manera en que mi anterior pastor solía citar al Dr. Bob Jones. Esta forma de conversación bíblica es el desbordamiento de nuestra fe y entusiasmo por la sabiduría, verdad, justicia y utilidad de las Santas Escrituras.
¡Tomemos estas cosas en serio y hagamos un auto examen para ver si, como el salmista, hemos sido fieles a la hora de contar a los demás todos los juicios de la boca de Dios! ¡Pongamos un especial cuidado en aumentar nuestra fidelidad por Su gracia. Amen.
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