Tesoro escondido que santifica (Sal. 119:11)
En mi corazón he guardado tus dichos,
Para no pecar contra ti (Sal. 119:11).
Toda la riqueza de este mundo no puede convertirte en una mejor persona. Ser rico no implica ser bueno, como tampoco una persona pobre tiene por qué ser necesariamente mala. No hay absolutamente ninguna correlación. Un día, una adolescente insensata alardeó de que su novio era un tipo estupendo porque tenía un coche llamativo y un barco de recreo. Yo nunca vi la conexión.
Vea esta adivinanza: ¿Qué tesoro es invisible y aún así la gente sabe quien lo posee, por sus efectos positivos sobre la persona y sobre su vida? ¿Qué es lo que no se puede comprar con dinero y aún así es más valioso que todo el oro del mundo? ¿Qué es eso tan valioso que no puede agarrarse con las manos, y aun así muchos lo han cogido para su eterno bien? ¿Qué riqueza no puede verse con los ojos, pero puede almacenarse en un lugar secreto de donde nadie se lo puede llevar?
Nuestro texto nos proporciona la respuesta. Las Escrituras son el tesoro, y su corazón es la caja fuerte donde pertenece.
LA INESTIMABLE PALABRA DE DIOS
El salmista se dirige a Dios diciendo: “En mi corazón he guardado tus dichos.” Dios ha hablado, y tenemos Su Palabra (Su revelación verbal) conservada en las Escrituras, y solo allí. El Salmo 119 es una extensa meditación sobre esa Palabra.
El testo hebreo utiliza un verbo específico que significa esconder, atesorar, almacenar. Significa esconder algo con un propósito concreto, como para protegerlo (TWOT 1953). La clara implicación en el hebreo, aunque no es tan simple desde la traducción en español, es que la Palabra de Dios es el tesoro que el salmista ha escondido para usarla posteriormente; la ha almacenado para su posterior beneficio. La Palabra de Dios es el arma inestimable que se necesita para la propia seguridad.
Llegar a darse cuenta de que esas Escrituras no tienen precio no es parte pequeña en la motivación de la disciplina espiritual que describe. Lo que él llama “la ley del Señor… el testimonio del Señor… los estatutos del Señor… los mandamientos del Señor” y “los juicios del Señor” son “deseables más que el oro” (Sal. 19:7-10). “Mejor me es la ley de tu boca que millares de oro y plata” (Sal. 119:72 alt., “monedas de oro y plata”). “Por eso he amado tus mandamientos más que el oro, y más que oro muy puro” (Sal. 119:127). “Me he gozado en el camino de tus testimonios más que de toda riqueza” (Sal. 119:14). Job dijo, “Guardé las palabras de su boca más que mi comida” (Job.23:12).
Asimismo, el consejo de vida de Salomón, “Mejor es adquirir sabiduría que oro preciado y adquirir inteligencia vale más que la plata!” (Prov. 16:16). Hacer que su hijo valorara la Palabra de Dios era la mitad de la batalla:
Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, y que obtiene la inteligencia; porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, y sus frutos más que el oro fino. Más preciosa es que las piedras preciosas; y todo lo que puedes desear, no se puede comparar a ella. Largura de días está en su mano derecha; en su izquierda, riquezas y honra. Sus caminos son caminos deleitosos y todas sus veredas paz. Ella es árbol de vida a los que de ella echan mano, y bienaventurados son los que la retienen. (Pr. 3:13-18).
Las personas que tienen una fe verdadera entienden estas cosas con facilidad. Necesitamos que nuestro corazón se vea totalmente conmovido con ellas, de manera que podamos ser motivados hacia la Palabra de Dios.
EL CORAZÓN CAVERNOSO DEL HOMBRE
El corazón de cada persona, creado a imagen de Dios, es espacioso (que tiene mucho sitio dentro, amplio). En realidad este adjetivo es poco adecuado; el diccionario que consulté utiliza el ejemplo de un “bolso amplio”. Cavernoso es mejor:; el mismo diccionario habla de un “almacén cavernoso”. Cavernoso se puede utilizar también en sentido figurado acerca de algo que “da la impresión de amplias y oscuras profundidades.” Así es el corazón del hombre.
Antes de la conversión, el corazón del pecador es como una cueva con murciélagos y telas de araña, lleno de innumerables cosas detestables y asquerosas — a saber: sus muchos y grandes pecados, de los que ni él puede hacer un inventario, y ni siquiera los puede abarcar. “El íntimo pensamiento de cada uno de ellos, así como su corazón, es profundo” (Sal. 64:6). “Sus entrañas son maldad” (Sal. 5:9). “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? (Jer. 17:9)
Pero Dios creó este espacioso corazón nuestro para que fuese un lugar donde Él morara y que pudiera almacenar Su Palabra. El corazón del hombre es como un cofre de tesoro para el oro inspirado. Es como un gran arsenal para las armas de la lucha espiritual.
En los tiempos antiguos, Dios dio a Israel Sus palabras más importantes escritas con Su dedo sobre dos tablas de piedra, los Diez Mandamientos, Su voluntad revelada para que ellos la obedecieran. Allí estaba comprendida sumariamente toda la ley moral, que los dirigía en todos los particulares de amar a Dios con todo su corazón y a amar a su prójimo como a ellos mismos. Desde el principio, Dios pretendía que las dos tablas se guardaran en el arca de oro del pacto en el Lugar Santísimo (Dt. 10:2). Este arca era un hermoso cofre del tesoro, bien guardado en el sanctasanctórum, para conservar su más preciada posesión incluidas las diez palabras del Señor. Las tablas no estaban expuestas públicamente, sino escondidas allí, como pacto especial que Dios había hecho con Su pueblo escogido; era la declaración de Su relación especial con ellos, y una descripción de la santidad que debía caracterizar sus vidas y hacer que fueran distintos a los gentiles paganos.
La casa del bosque del Líbano es algo menos familiar para nosotros; un adecuado símbolo, también, de lo que nuestros corazones debían ser (1 R. 10:16-17). Era un inmenso arsenal donde el rey Salomón guardaba quinientos escudos de oro batido. Pablo insta a los creyentes diciendo: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las acechanzas del diablo” (Ef. 6:11). Al describir las armas espirituales necesarias, afirma “Sobre todo, tomad el escudo de la fe [aceptar la palabra de Dios], con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno… y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (6:16-17). Los pasajes de las Escrituras son como escudos de oro y espadas afiladas.
Por lo tanto, debemos ser como ese arca del pacto y el arsenal de Salomón, con la Palabra escondida en nuestro corazón. Si la Palabra de Cristo no mora abundantemente en nosotros (Col. 3:16) estamos desesperados y empobrecidos y sufrimos una gran miseria en el alma; al mismo tiempo, somos peligrosamente vulnerables a los estragos del pecado.
La preparación de nuestros corazones para recibir la Palabra de Dios requiere arrepentimiento. Esto quiere decir que, de forma voluntaria, debemos echar fuera de ese lugar sagrado a todos los viles usurpadores, y dejar sitio para el tesoro de la Palabra de Dios. Entonces debemos dedicarnos con devoción a alimentarnos de las Escrituras, y esto nos pondrá en el buen camino para cuando llegue el tiempo de necesidad.
Para esconder la Palabra de Dios en nuestros corazones, lo primero que debemos hacer es oírla y leerla, luego entenderla, creerla y amarla. La memorización y la meditación han sido siempre de gran estima para el pueblo de Dios para obtener y conservar una riqueza, de los textos de las Escrituras, dentro del corazón. La labor de estas disciplinas no es una pequeña inversión, sino que rinde grandes dividendos.
LA SEGURIDAD DE UN CORAZON BIEN SURTIDO
David ha descrito su práctica en la primera línea de su inspirado pareado, y ahora continúa testificando acerca de su objetivo: “para no pecar contra ti”. Sin este santo propósito, la práctica es inútil pudiendo llegar a ser pecaminosa. Por ejemplo, como Manton observa, algunas personas llegan a conocer la Biblia por mera curiosidad, para entretenerse, como los filósofos de Mars Hill que se reunían cada día solo para escuchar algo nuevo. Sin embargo, cuando la Palabra se convierte en algo familiar, la detestan y se apartan. Esto es tratar las sagradas Escrituras de una forma contaminada.
Hay algunos que solo estudian la Biblia para poder enseñar a otros. Estoy seguro de que muchos pastores malvados caen dentro de esta categoría porque se convierten en expertos de la Biblia para conseguir su medio de vida. Esto es una execrable falta de honradez y una corrupción de la moral. Aman al dinero más que a Dios, y por ello pregonan las Escrituras para complacer sus codiciosos deseos; pero Dios conoce sus corazones y Su juicio será justo.
Otros cometen el mismo pecado, aunque no dependan de las charlas sobre la Biblia para su sustento, al utilizarlas para alcanzar una buena reputación entre el pueblo de Dios. Por lo general, las iglesias reformadas y los creyentes aprecian que aquellos que se declaran cristianos tengan el más extenso conocimiento de las Escrituras. Por este motivo, los que desean ser estimados, estudian y leen diligentemente la Biblia. Esto es también una forma de idolatría de uno mismo, porque no les importa en absoluto la gloria de Dios.
¡No! Debemos esconder las escrituras en nuestros corazones para evitar pecar contra Dios y ¡Qué conjunto de culpa y miseria se abarca con una sola palabra “pecado” — la mayor maldición que entró nunca en el universo de Dios, y el origen de todas las demás maldiciones! Su culpa se agrava más allá del concepto del pensamiento. ¡Es un agravio a un superior, a un Padre, a un Soberano! Donde se extienda su poder solo acarrea miseria, en la familia, en el mundo. En la eternidad su poder no tiene restricción. Algunas veces, la escena del lecho de muerte arroja un rayo de luz lleno de temor sobre “el gusano que nunca muere, y el fuego que nunca se apaga”: pero la experiencia solo puede desarrollar sus más grandes horrores. ¡Qué importancia tan tremenda tiene que nuestro objetivo sea guardarnos del pecado! y ¡cuán sabiamente adecuados son los medios para alcanzar el fin! Esa Palabra — que el hombre de Dios acababa de mencionar como guía para limpiar el camino — la esconde dentro de su corazón — no para ocultarla, sino por seguridad, para que pueda estar lista para un uso continuo. Un mero conocimiento de la palabra no nos será de ningún provecho. Debe haber un asentimiento cordial, una digestión sana, un respeto constante. Para nosotros debe ser la regla que no transgrediríamos nunca, el tesoro que tememos perder (Bridges, in loc.)
No hay nada que sustituya el atesorar la Palabra de Dios en nuestros corazones, como medio de vencer la tentación y, así, prepararnos para el cielo. ¡Que Dios nos de la gracia necesaria para estar sinceramente comprometidos con esta santa ambición! Amén.
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