Adoración y discipulado (Sal. 119:12)
Bendito tú, OH JEHOVÁ; Enséñame tus estatutos (Sal. 119:12).
Una vida de genuina piedad puede resumirse en alabar a Dios y aprender de Él. Estas dos cosas son mutuamente simbióticas: crecen juntas y se necesitan la una a la otra. Un ejemplo famoso es el chorlito egipcio y el cocodrilo. Al pájaro le encanta comer los pequeños parásitos del cocodrilo, y éste lo aprecia tanto que abre sus fauces y deja que el ave cace en ellas. Este pajarito que mora en el cocodrilo disfruta de un lugar seguro; pocos de sus depredadores se atreverían acercarse a esta percha feroz. De esta manera, el ave y el cocodrilo viven felices juntos, sacando provecho y dependiendo1 el uno del otro.
Así ocurre cuando alabamos y aprendemos de Dios. A medida que el alma se eleva y contempla las glorias de su Dios, va dando rienda suelta a la alabanza de esa gloria de manera que es inducida a sentir más hambre de Su auto-revelación verbal y Su voluntad manifestada para los santos. De la misma manera, cuando el alma es genuinamente enseñada por Dios, no solo instruida por los hombres, su verdadero conocimiento de Él produce la apremiante urgencia de alabarle. Donde no hay un corazón para la adoración, existe una correspondiente apatía para aprender Sus estatutos, y nadie podrá desarrollar una disposición para alabar si no es aprendiendo de ellos.
La Adoración engendra el discipulado, y el discipulado, la adoración
UNA EXPLOSIÓN DE ALABANZA
El salmo 119 abre con una bendición sobre los justos (119:1-3) como preludio a la oración, dirigirse directamente a Dios (note el cambio de la tercera persona a los pronombres en segunda persona en 119:4 ff.). La bendición también utiliza la palabra “bienaventurado (119:1-2), pero con una palabra hebrea distinta.
Hay dos verbos en hebreo que significan “bendecir”. Uno es bārak y el otro ,āšar. ¿Se puede tabular alguna diferencia entre ellos? Entre otras cosas, cuando Dios “bendice” a alguien se utiliza la palabra bārak. Sin embargo, no hay ningún ejemplo en el que encontremos el verbo ,āšar en los labios de Dios. Cuando uno bendice a Dios, el verbo es bārak, no se utiliza nunca,āšar. Una sugerencia para explicar esta contundente distinción, es decir, que ,āšar se reserva para el hombre, es que ,āšar es una palabra de deseo envidioso. “Envidiado con deseo es el hombre que confía en el Señor.” Dios no es hombre y por lo tanto no hay razón para aspirar a Su estado, ni siquiera en forma de deseo. De manera similar, Dios no envidia al hombre; no hay nada que el hombre tenga o sea que Dios pueda desear alguna vez por no tenerlo Él o, simplemente, porque Le gustaría tenerlo. Por ese motivo, Dios no pronuncia nunca el verbo “bendecir” (,āšar)2 que utiliza el hombre.
En otras palabras, Dios es el único que merece toda alabanza; el hombre nunca podrá estar en Su posición, en contra de lo que dice la herejía de los mormones:
Podemos convertirnos en Dioses como nuestro Padre Celestial. Esto es exaltación… Ellos [las personas] se convertirán en dioses… y serán capaces de tener hijos espíritus también. Esos hijos espíritus tendrán con ellos la misma relación que tenemos nosotros con nuestro Padre Celestial. Serán una familia eterna… Tendrán todo lo que tienen nuestro Padre Celestial y Jesucristo: todo el poder, la gloria, el dominio y el conocimiento. (Principios del Evangelio, edición de 1986 o más antigua, p. 290)3
Esta bendición-adoración va dirigida a Dios directamente: “Bendito tú, OH JEHOVÁ.” Es bueno hablarle bien de Dios a otros como si estuviéramos enfrente de Él; reconocer así Su grandeza y bondad es la forma más alta de alabanza verbal, y deberíamos preocuparnos de practicarlo, tanto por medio de la oración (ejemplo que tenemos aquí), o cantando (ya que los Salmos estaban hechos para cantarse).
El salmista llama a Dios por Su nombre: Jehová o Yahvé. El otro día le pregunté a tres misioneros mormones cuál era el nombre de Dios; me respondieron: le llamamos Padre celestial”, mostrando de esa manera que no conocen a Dios. Ese es un título bíblico para Dios, pero no es Su nombre. Recuerde la pregunta de Moisés acerca de esto en Éxodo 3:13-15. Dios contestó que Su nombre es “YO SOY EL QUE SOY”, o simplemente “YO SOY”.
En el mundo moderno, el nombre de una persona puede ser una mera etiqueta de identificación; no revela nada acerca de la persona. Los nombres bíblicos, sin embargo, tienen su antecedente en la tradición generalizada de que el nombre personal proporciona una información relevante sobre la persona que lo lleva. El AT celebra constantemente a Dios dando a conocer Su nombre a Israel; los salmos, una y otra vez, dirigen alabanzas al nombre de Dios. Aquí “nombre” significa Dios mismo, tal y como se ha revelado a Sí mismo por la palabra y los hechos. En el centro de esta auto-revelación se halla el nombre por el cual Él autorizó a Israel que Le invocara, generalmente traducido como “el Señor” (en hebreo, Yahvé como lo pronuncian los eruditos modernos; o “Jehová” como se escribe a veces). Dios declaró Su nombre a Moisés cuando le habló desde una zarza que ardía continuamente pero no se quemaba. Dios se identificó primero como el Dios que se había comprometido en un pacto con los patriarcas; luego, cuando Moisés le preguntó por Su nombre (los antiguos daban por sentado que la oración solo sería oída si aquel a quien iba dirigida era llamado correctamente por su nombre), Dios contestó primero “YO SOY EL QUE SOY”, luego lo acortó a “YO SOY”. El nombre “Yahvé” (el Señor) suena como “YO SOY” en hebreo; finalmente, Dios se llamó a Sí mismo “el Señor Dios de vuestros padres”. El nombre, sea cual sea la forma, proclama Su realidad4 eterna, independiente, auto-determinante y soberana.
Así pues, teniendo en mente al Dios eterno, que guarda el pacto, el salmista compone este verso con una explosión de alabanza, pero esto conduce a la expresión de su profundo deseo.
SED POR APRENDER
“Enséñame tus estatutos”. De nuevo se dirige a Dios de una forma importante e impresionante. Esto no es negar la legitimidad de los maestros religiosos humanos (cf.1Jn. 2:27, escrito por un hombre; y Ef. 4:11-12, etc) sino más bien reconocer que todos los que aprenden verdaderamente la verdad de Dios son enseñados por Dios, aunque Él utilice medios humanos (1 Co. 2:9-14) Las Escrituras son dadas por el Espíritu en primer lugar; una comprensión de su sentido profundo que cambia las vidas, de una manera que cambia las vidas SOLO viene como don de Dios, por gracia, a los pecadores indignos, Esta es la “iluminación divina” por la que a menudo oramos en privado, y en la congregación cada Día del Señor.
Es triste, pero pocos son los que se dan cuenta de esta desesperada necesidad espiritual y la evidencia es la ausencia de una oración, sentida en lo más profundo del corazón, a este respecto. Los que oran, suelen pedirle a Dios bendiciones terrenales como provisiones económicas, que los cuide de todo mal y recuperarse de cualquier enfermedad o herida. Pero… ¿dónde están las peticiones de luz espiritual? Es tan adecuado como necesario que los creyentes cristianos clamen al Señor, como hizo David, “enséñame tus estatutos”, porque a menos que Él nos enseñe permaneceremos en la ignorancia espiritual. Aunque no seamos herejes como los miembros del culto que he mencionado anteriormente, aún así nuestros corazones estarán igual de apartados del Dios verdadero y vivo.
Esta sed de aprender tiene una dimensión muy práctica. La palabra hebrea para “estatutos” significa “un precepto claro y comunicado de lo que uno debería hacer”.5 La palabra en castellano significa “ley o decreto emitido por un soberano, o por Dios.”6 Aunque en este contexto parece referirse a toda la Escritura en general, con todo, la elección en particular de la palabra de inspiración divina enfatiza esa parte de las Escrituras que nos dirige a practicar la voluntad de Dios.
Un verdadero conocimiento de Dios, compatible con la alabanza, no solo nos hará sentir cómodos al confiarle nuestra vida cotidiana, sino que sentiremos un ferviente deseo de que Su sabiduría guíe cada uno de nuestros pasos. Los mandamientos de Dios no son gravosos ni molestos (1 Jn. 5:2-3). Jesús dijo, “si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14:15). Adorar a Jesús y seguirle van siempre de la mano. Amarle es confiar en Él; confiar en Él es obedecerle; y obedecerle es conocerle mejor, experimentando la bendición de la comunión con Él y de esta forma, ¡amarle aún más!
Vea lo profunda que es la verdad espiritual y las realidades teológicas en estas sinceras palabras del salmista, “Bendito tú, OH JEHOVÁ; enséñame tus estatutos.” Esto se memoriza fácilmente y es muy útil en la meditación y en la oración. Deje que se convierta en parte de su pensamiento como cristiano, y que Dios nos de a todos gracia para vivir según su sabiduría. Amén.
_____________________________
Notes:
1 http://em.wikipedia.org/wiki/Symbiosis
2 TWOT #183 f.
3 Farkas & Reed, Mormonism: Changes, Contradictions, and Errors [Mormonismo: Cambios, Contradicciones y Errores]
4 Reformation Study Bible, in loc [Biblia de Estudio de la Reforma]
5 Dictionary of Biblical Languages with Semantic Domains : Hebrew, #2976 [Diccionario de lenguas bíblicas con dominios semánticos: hebreo #2976
6 NOAD [Diccionario consultado para el significado de la palabra en inglés, del texto original]
© Derechos reservados