La esperanza cristiana (Sal. 119:6)
Entonces no sería yo avergonzado,
Cuando atendiese a todos tus mandamientos (Sal. 119:6).
El salmista no sólo es un modelo de lo que deberíamos ser, sino también un ejemplo de la vida real en cuanto a lo que los cristianos verdaderos son en realidad. Santiago nos recuerda que Elías, uno de los mayores santos del AT, estaba “sujeto a pasiones semejantes a las nuestras,” y así como él oró por grandes cosas y las recibió, así también nosotros (Stg. 5:16-18).
De manera similar, Sal. 119:6 es una guía, y, a la vez la marca de los verdaderos creyentes cristianos. Todos tienen la misma esperanza, y ésta crecerá con la madurez espiritual. Cualquiera que carezca de esta esperanza no está aún convertido. ¿Y cuál era esa esperanza que se expresa así?
La verdadera esperanza de los cristianos para la perfecta conformidad con la ley de Dios
SUSTENTADOS POR LA IMPERFECCION EN EL PRESENTE
Esta esperanza se deriva del doloroso deseo del versículo anterior: “¡Ojalá fuesen ordenados mis caminos para guardar tus estatutos!” Estas dos experiencias del alma son constancias vitales de la vida espiritual. Cualquier corazón que lata con el pulso espiritual del Sal. 119:5 correrá con la perspectiva del Sal. 119:6.
Así como el versículo 5, éste continúa con una confesión humilde y triste: “Ahora no atiendo (respeto) a todos tus mandamientos.” El verbo hebreo para respeto significa literalmente mirar, y en sentido figurado tener respeto. Ambas opciones interpretativas ofrecen la misma conclusión.
“Mirar.” El versículo 4 es un reconocimiento de que Dios quiere que yo guarde Sus preceptos con diligencia. El versículo 5 es una expresión del profundo deseo de hacerlo. Cuando exista ese deseo, entonces no seré avergonzado cuando mire (considere) todos los mandamientos de Dios. Pero ahora, al contemplarlos veo expuestos mis pecados, mis horribles inconsistencias. Es humillante ver cuánto camino me queda hasta llegar a la santificación. Con respecto a unos cuantos mandamientos puedo testificar de haber logrado un pequeño progreso, porque Dios no me ha abandonado completamente a mi albedrio. Pero ¡cuántos mandamientos hay que no he terminado de entender, y mucho menos de poner en práctica! Me veo salpicado con la restante suciedad del alma y de la vida, y cuanto más considero los mandamientos de Dios más obvio me resulta.
“Tener respeto”. Este sentido no implica que no tenga ningún respeto por los mandamientos de Dios ahora, sino que mi respeto hacia ellos no es lo que debería ser. Si fuera como debe ser, yo estaría cumpliéndolos todos perfectamente. Si entendemos el verbo de esta manera, el salmista dice que hasta que no tenga un respeto perfecto por todos los mandamientos, es decir, que hasta que la obediencia perfecta y global no sea su experiencia real, no será capaz de sentir la total liberación de la vergüenza y la humillación. La bendita glorificación acompañará a la perfecta santificación.
En ambos casos, el salmista siente que queda pecado dentro de él, reconoce dolorosamente que moralmente se queda corto, y esto es lo que alimenta su esperanza de una perfecta conformación a la ley moral de Dios. Esto es otra manera de decir conformado a la imagen de Cristo, exactamente lo que los creyentes están predestinados a experimentar cuando Él venga (Sal. 40:8 de Cristo; Ro. 8:29 de todos los escogidos; 1 Jn. 3:2-3 de todos los hijos de Dios).
CON RESPECTO A LA LEY MORAL DE DIOS
Cuando muchos cristianos modernos consideran lo que significa realmente ser hechos igual que Jesús en el cielo, los detalles consisten ante todo en virtudes cristianas como los frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, o templanza (Gá. 5:22-23) ¡Qué maravillosa verdad que en el cielo, los verdaderos creyentes poseerán y desplegarán estos frutos del Espíritu en su perfecta plenitud!
Otra forma de concebir la transformación perfecta de los santos en el cielo, la manera de nuestro texto, se refiere a los mandamientos de la ley moral de Dios. Ciertamente, Pablo los tenía evidentemente en el pensamiento cuando escribió, “contra tales cosas no hay ley” (Gá. 5:23b). Todas estas virtudes son perfectamente legales. Eran las cualidades exactas, con los comportamientos consecuentes fluyendo de ellas, que era lo que la ley moral exigía desde el principio.
Contra tales cosas (decía el apóstol) no hay ley; no hay ley para acusarlos o condenarlos; porque estas son cosas que la ley manda que se hagan, y con actos de obediencia a la ley. De manera que aquellos que hagan estas cosas son guiados por el Espíritu y no están bajo el poder de la condenación o la maldición de la ley (M. Poole, in loc.)
Algunas veces, Ga. 5:23b se ha interpretado en una forma antinómica — como si Pablo se opusiera a la ley de Dios — pero esto es ciertamente un error. Él no anuló la ley por medio de la fe, sino que estableció la ley (Ro. 3:31). Los creyentes no están bajo la ley como pacto de palabras, pero sí tenemos el beneficio de la ley como norma de vida, una revelación de la voluntad de Dios para nuestras vidas, “el retrato de un hombre dibujado con el lápiz de las Escrituras.” (T. Watson)
El NT define el pecado con estos términos explícitos: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Jn. 3:4). Al identificar esta ley, Thomas Boston explica que incluye la ley moral:
Existe la ley moral que es un sistema, o cuerpo de esos preceptos que conllevan una equidad universal y natural en sí mismo, tan conformes a la luz de la razón, y al dictado de la conciencia de cada hombre, que tan pronto se declaran y se entienden, debemos suscribir nuestras necesidades a su justicia y su rectitud. Tenemos el resumen de esta ley en los diez mandamientos. Esta ley sigue en plena vigencia, y obliga a la conciencia como norma permanente para nuestra obediencia. Nuestro Señor nos dice en Mt. 5:17 que “no vino para abrogar la ley o los profetas, sino para cumplir.” La ley ceremonial fue abolida por la muerte de Cristo, y la ley judicial, en lo concerniente a la nación de los judíos como estado y entidad política; en particular en lo concerniente a no casarse fuera de sus propias tribus, no alienar la herencia de sus padres, levantar descendencia a su hermano muerto, etc.. De manera que la ley que el pecado transgrede es para nosotros la ley de la naturaleza en nuestro corazón, y la ley moral que contienen las Escrituras, resumida en el decálogo, así como en las leyes positivas del evangelio de Cristo (Works [Obras] I.258).
Cuando llegamos a darnos cuenta de que la esperanza cristiana está relacionada con la ley moral de Dios, y que se puede pensar en ella como perfecta conformidad a esa ley que requiere y describe los detalles minuciosos del supremo amor hacia Dios y el amor generoso al prójimo, una maravillosa realidad aparece delante de nuestros ojos. Cuando un cristiano contempla estos mandamientos, ya no son simples requisitos que descubren nuestros pecados: ¡son promesas con respecto a nuestro destino! Cada “deberás” y “no deberás” se llevará a efecto plenamente en nosotros y por medio de nosotros, y nuestros pecados ya no seguirán estando ahí.
Para los inconversos, los mandamientos de Dios son un rollo volante de juicio, que anuncia todas las razones por las cuales serán condenados en el Día del Juicio; pero un verdadero cristiano nunca leerá la ley en ese sentido. Legalmente Cristo los cumplió con toda perfección, en nuestro lugar para nuestra justificación. Cristo ya ha sufrido toda su coerción por nosotros, liberándonos de su condenación. Y ahora, Cristo está obrando esa misma justicia en nosotros, progresiva y poderosamente, día a día por medio de una obra interior milagrosa a cargo del Espíritu Santo, para nuestra glorificación.
Esto es nada más y nada menos que la realización total de la bendición del Nuevo Pacto:
Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el SEÑOR: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano diciendo: Conoce al SEÑOR; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice el SEÑOR; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.
¡Cuánto más resplandece este texto con la luz adicional del evangelio en el NT!
“Entonces no sería yo avergonzado, cuando atendiese a todos tus mandamientos.” ¡Que ese bendito día llegue pronto! Amen.
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